9 de noviembre de 2011

Banda Sonora: De la indignación a la frustración en 6 meses y 5 días.

Si hace unos meses, concretamente días después del 15 de Mayo, me hubiera preguntado sobre algunos de los temas que estarían presentes durante la campaña electoral de las próximas generales, es decir, ésta que ahora se celebra, hubiera dicho, sin dudar, que la indignación ciudadana centraría buena parte de la campaña y del "debate" electoral que tuvo lugar el pasado día 7. Finalmente, no ha sido así. Se habló tal vez de alguna de las causas que han propiciado dicha indignación (que no todas), pero la indignación en sí ha quedado relegada a un segundo plano, tal vez por meros intereses partidistas, pues no hay que olvidar que en dicho "debate" todo estaba pactado.

En cualquier caso, ¿qué ha pasado exactamente para que, algo de lo que hasta hace bien poco ocupaba portadas, intervenciones públicas en medios y parecía estar en la agenda de gran parte de los políticos, se haya disipado de tal modo? Una sensación tan común en estos días, como lo es la indignación, propició el espontáneo y heterogéneo estallido que supuso el 15 de Mayo y sus días consiguientes. Y quisiera incidir en lo de heterogéneo, pues esa indignación, espontánea en su manifestación, natural en su evolución y lógica en su expresión, era común a prácticamente cualquier ciudadano, allá donde se preguntase, todo el mundo parecía tener una razón para estar indignado.

No olvidemos que fue una "plataforma", en cierto modo también espontánea, llamada Democracia Real Ya, la que fue canalizando dicha indignación colectiva a través de las redes sociales, hasta obtener el fermento de lo que luego vino a suponer el 15 de Mayo. Yo mismo seguí muy de cerca el desarrollo de DRY desde un principio, desde que éramos apenas unos cientos siguiendo su evolución, hasta el momento que alcanzó casi el medio millón de seguidores en facebook. Me sentí identificado y además me alegró que por fin la aletargada masa social de España hubiera despertado, saliendo de su "zona de confort", para reclamar un poco de ética a aquellos que gobiernan (léase políticos y banqueros). Fue todo tan espontáneo, que políticos e incluso medios de comunicación convencionales quedaron totalmente descolocados, desbordados por lo inesperado de aquella expresión de inconformidad... Durante semanas, la indignación acaparó todas las portadas y noticiarios del país e incluso de países extranjeros y cómo no, gracias a esta presencia, los políticos reaccionaron y tuvieron que incluir la indignación en sus agendas.

Luego, poco a poco, vinieron las estrategias, nada novedosas, de intentar dividir para superar y derrotar a aquel importante número de ciudadanos indignados, que veían les podía "estropear" sus planes y complicarles su también acomodada manera de dirigir y hacer política. Que si "perroflautas" por aquí, que si "reaccionarios" por allá, en definitiva, cualquier modo de acotar y etiquetar algo que en principio era plenamente heterogéneo, serviría. Finalmente, el certificado de defunción de la indignación se firmó el mismo día en que empezó a ser tratada como un movimiento: "el movimiento de los indignados". A partir de entonces, muchas personas comenzaron a sentirse menos identificadas, o tal vez un tanto incómodas, pues la insistencia en el término "movimiento", puede hacer creer que ya no se trata de una espontánea reunión de individuos que, por actuar conjuntamente, forman un colectivo, sino más bien lo contrario: un colectivo que delimita y determina a los individuos que lo componen, y tal vez, no puede haber nada más contraproducente para un conjunto de personas que claman "no sentirse identificados con el conjunto que supone la política y el sistema actual" (no confundir con antisistemismo), que intentar identificar a dichas personas dentro de otro colectivo, en este caso, el de los indignados.

Por otra parte, de no se sabe muy bien dónde, comenzaron a aparecer portavoces y representantes de lo que también se había comenzado a llamar el "movimiento 15M" y también de DRY, que parecían hablar en nombre de todos los indignados (algo también contraproducente, la ilusión que vivieron los ciudadanos al sentir que sus voces se escuchaban por fin, más que una vez cada cuatro años, volvía a ser robada, pues ahora había de nuevo alguien que hablaba y decidía por ellos). Llegados a un punto, parecían haber pasado de estar ocupados con la indignación, a estar preocupados por la política, por establecer un decálogo o ideario político, cayendo así en la trampa de siempre: la política como arma de divisón. Uno se puede sentir más o menos identificado con dichas ideas, pero en un ejercicio de objetividad, no es difícil comprender que puede haber quien no se sienta identificado plenamente con ideas que van más allá de lo básico, o con ideas que pueden aproximarse más a un lado u otro del espectro político.

No creo que se pueda apuntar a un único culpalble por la disipación de dicha indignación de la agenda política actual: unos, velando sus propios intereses, hicieron por poner la trampa y otros, descuidando los suyos, cayeron en ella, aún viéndolo venir y siendo conscientes de la existencia de dicha tampa. Al final, parece como si la indignación se estuviera transformando, paradójicamente, en aquello que la propia política también se había convertido para los ciudadanos: plena y simple frustración.



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